Velas y María

Luz

Hoy, día de resaca en Zaragoza, ha habído un apagón en el barrio de Movera. No ha sido muy largo ni ha afectado a demasiadas personas, y claro, tampoco ha ocasionado daños materiales. La particularidad de esta caída del fluido eléctrico es que ha apagado mi casa.

De repente, volver a casa ha sido volver a la edad media. La única luz era la de las velas. Al llegar al cuarto mi ordenador estaba apagado, la minicadena sin energia y la bombilla no se podía encender. De un corto espacio de tiempo a esta parte pensaba que llegaría a mi guarida, me pondría a jugar al ordenador mientras oía algo de música y ojearía unos papeles. No podía hacer nada de eso. Lo único que podía hacer era fumarme el porrito de retorno al hogar.

De modo que me senté, cogí un cogollo y empezé a deshacerlo. Entretanto movía la cabeza con nerviosismo. No sabía a donde mirar, pues no veía otra cosa que el resplandor amarillo de la vela. Vela de las aromáticas, de las que espantan los mosquitos; ideal para un día de los de mítico cierzo, capaz de llevarse volando a Tony; día de los que las ventanas permanecen cerradas a cal y canto.

Poco a poco no necesitaba hacer nada, esa luz de vela me proporcionó una intimidad absoluta, la cogí y encendí el canuto. La tenue y vibrante luz apenas me descentraba, estaba empezando a pensar, de esa manera tan placentera, así, sin buscarlo. Quizá fuera el Tao, no creo, pero se asemejaba. Pensaba no en algo, sino en el pensar propiamente. Retrocedía en el flujo de ideas, de procesos, de derivaciones, pero sin alterarlo, y a la vez pudiendolo tocar.

Era un gran momento que nunca más volvería a recordar, pues le faltaba algo fundamental; un soporte en el que permanecer. No obstante, ese pensar, me regalo unos instantes de estar con el uno mismo. Y como en esos sueños adolescentes en los que por fin estás entrando al turrón con una chica despampanante, te despiertan, y te joden.

Volvía la luz, la eléctrica. La vela era solo un foco de calor. Mi ordenador se encendió solo, como debe ser. Me quedé compunjido en el sitio. Sabía, como perro de Paulov, que esa luz traería mi cena. Se acabó, el tiempo de reflexión expiró.  Resignado, apagué el porro, me giré en mi asiento ergonómico-carcomido y puse un disco de rock. Para hacer tiempo antes de cenar, decidí escribir algo para el blog.

Puede que alguíen considere como noticioso un pequeño y corto apagón, aunque sea el pretexto para justificar una práctica universitaria. A mi, si me dan a elegir, prefiero contar que un hombre dispuso de la más silenciosa de todas las horas.