Resurrección

Leí una vez en un libro que la inexistencia no puede resultar ajena, pues a la existencia le precede y sucede una eternidad de inexistencia; lo anómalo es existir.

La anomalía cósmica que arrancó a la inexistencia este blog fue la imperativa de llevarlo adelante con un mínimo de atractivo para superar algunas asignaturas de mi recientemente superada licenciatura. Tal fue su éxito tal fue su fin.

Sin objeto, empresa, ni destino ha vagado este cuaderno por las corrientes digitales para renacer ahora sin amo ni intención. Postear excelentes mezquindades y excelencias a los mezquinos, ricos improperios e insípidas alabanzas con canónicos cañones y brazos azarosos. Iluminados palos de ciego que no buscan nada para poder encontrarse con todo.

Aparecen ya las ambigüedades, el conflicto; ya se nota correr algo de nueva savia. La arena esta preparada: para pensar, para decir, para discutir, para emascular… para todo y para nada.

Al otro lado del cinturón

 

La hoja retorcida de una planta es el silencioso testigo de los abrasadores aires del verano, un caracol busca cobijo en la umbría marchita. Al otro lado del cinturón todo está más caliente. Los caminos de tierra amarilla hunden los pies en el polvo para que el al caminante le sea más duro dar el siguiente paso, el polvo que sube entra en la nariz y resbala hasta la garganta, haciendo de cada inalación un trago de puro infierno.

Este área circunspecta mira al infinito de la nada.  Los lugares de aquí están, obviamente, en medio de la nada. Sitios donde un sol inclemente inquina con la sorna de cien farias encendidas a la vez en una pequeña taberna de la plaza de un pueblo. Un perro guarda la puerta mientras, tumbado, espanta las moscas con el rabo. Las moscas, excitadas, fornican en el aire y mueren en una tela de araña cuando llevan su cópula de amantes a un rincon sombrio.

Durante la noche el azufre inunda toda la atmósfera. Los cuerpos empapados voltean las sabanas mojadas del sudor nocturno. La luna sale tímida, avergonzada de ser más sol que luna. La posma del día genera frenética actividad por la noche. La vigilia se hace insoportable y cada arruga de la cama molesta como un agijón. Un súbito salto es suficiente para empezar a construir un producto del insomnio de una noche de verano.

¿Tienes sueño?

El camino

caminando

Oyendo el estertor del arjé que me falta, noto como es nada. Evidenciando la cerrazón solo queda volverse a regañadientes para recibir otra vez de frente, la luz del sol. Pesa el estómago cien kilos de lo que es nada. Mas la esperanza va dejando a cada nuevo paso nuevos esquejes; como la letanía de un sonido tallado en piel de piedra. Bajo la caliza, unos huesos mojados hasta el tuétano por el aire que mueve el halo del gesto en mi mirada.

 

Más allá, un campanario que retumba el sonido fúnebre de mi réquiem. Pero no es para mí, es para los esqueletos de carne que vendrán a verme muerto. A cada caída le sigue un paso, un paso fuerte, un paso indómito, capaz de abrir la tierra y sacarme del hoyo en el que me enterraron.

 

Pero el sol no me distingue. Clava sus rayos en todas las cabezas por igual, sin saber quién puede ser digno y quién no de ello. Como el sol, la poesía, la pintura, la música, es para los que se estremecen a cada paso del gusano, ante la mirada airada del viento. Para los que lloran cuando ven esta caída de la virtud. Cuando más vale el que pone los problemas que aquellos que ofrecen soluciones. La tierra se abre y traga a los sublimes sepultados por envases de usar y tirar.

 

No, los hombres nunca fuimos iguales. Pero el miedo hace pensarlo. Unos son borregos, otros son leones, otros ranas… todos envueltos en personas, pero todos alimañas. Envidiosos, egoístas, caprichosos, corruptores, ya nada tiene el menor sentido, nada merece la pena. Porque todo se desliza entre los dedos como al coger un puñado de arena, siempre queremos coger todo a puñados. Sin embargo, para poder exprimir una esponja, primero hay que dejar que se llene de agua.

 

Entretanto digo esto han muerto varios niños de inanición, alguna niña ha sido violada en algún ghetto de alguna gran ciudad, algún especulador ha ganado millones, pero yo, aquí, ni me inmuto. Quizá sea la peor de las alimañas por venir aquí y escupiros esto, quizá se la mejor de las alimañas por venir aquí y susurraros esto.

 

Ya dijo el sabio en la más silenciosa de todas las horas “no hay viento a favor para aquel que no sabe a donde va”. Y los niños sólo quieren porros, y las niñas sólo quieren tetas de silicona. Comienzan días extraños, en extraños aposentos.

 

 

Gracias VR, por ustedes.

 

 

 

Velas y María

Luz

Hoy, día de resaca en Zaragoza, ha habído un apagón en el barrio de Movera. No ha sido muy largo ni ha afectado a demasiadas personas, y claro, tampoco ha ocasionado daños materiales. La particularidad de esta caída del fluido eléctrico es que ha apagado mi casa.

De repente, volver a casa ha sido volver a la edad media. La única luz era la de las velas. Al llegar al cuarto mi ordenador estaba apagado, la minicadena sin energia y la bombilla no se podía encender. De un corto espacio de tiempo a esta parte pensaba que llegaría a mi guarida, me pondría a jugar al ordenador mientras oía algo de música y ojearía unos papeles. No podía hacer nada de eso. Lo único que podía hacer era fumarme el porrito de retorno al hogar.

De modo que me senté, cogí un cogollo y empezé a deshacerlo. Entretanto movía la cabeza con nerviosismo. No sabía a donde mirar, pues no veía otra cosa que el resplandor amarillo de la vela. Vela de las aromáticas, de las que espantan los mosquitos; ideal para un día de los de mítico cierzo, capaz de llevarse volando a Tony; día de los que las ventanas permanecen cerradas a cal y canto.

Poco a poco no necesitaba hacer nada, esa luz de vela me proporcionó una intimidad absoluta, la cogí y encendí el canuto. La tenue y vibrante luz apenas me descentraba, estaba empezando a pensar, de esa manera tan placentera, así, sin buscarlo. Quizá fuera el Tao, no creo, pero se asemejaba. Pensaba no en algo, sino en el pensar propiamente. Retrocedía en el flujo de ideas, de procesos, de derivaciones, pero sin alterarlo, y a la vez pudiendolo tocar.

Era un gran momento que nunca más volvería a recordar, pues le faltaba algo fundamental; un soporte en el que permanecer. No obstante, ese pensar, me regalo unos instantes de estar con el uno mismo. Y como en esos sueños adolescentes en los que por fin estás entrando al turrón con una chica despampanante, te despiertan, y te joden.

Volvía la luz, la eléctrica. La vela era solo un foco de calor. Mi ordenador se encendió solo, como debe ser. Me quedé compunjido en el sitio. Sabía, como perro de Paulov, que esa luz traería mi cena. Se acabó, el tiempo de reflexión expiró.  Resignado, apagué el porro, me giré en mi asiento ergonómico-carcomido y puse un disco de rock. Para hacer tiempo antes de cenar, decidí escribir algo para el blog.

Puede que alguíen considere como noticioso un pequeño y corto apagón, aunque sea el pretexto para justificar una práctica universitaria. A mi, si me dan a elegir, prefiero contar que un hombre dispuso de la más silenciosa de todas las horas.